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La impulsividad

Por El 10/05/2023

La impulsividad es un rasgo que con frecuencia va acompañado por todo un conjunto de características en la personalidad. La primera de esas características es el inmediatismo. Este tipo de personas necesitan resultados rápidos y tienen gran dificultad para esperar. Quieren que todo se lleve a cabo en el menor tiempo posible.

De otro lado, es muy frecuente que las personas a las que les cuesta no precipitarse tengan un estado de ánimo inestable. Cambian de humor con facilidad, pasando de la risa a la tristeza, o de la ira a la alegría de una manera muy brusca. Así mismo, es muy habitual que les cueste mucho trabajo diseñar planes y ejecutarlos. No logran ser metódicos en lo que hacen, sino que cambian a mitad de camino.

Quienes tienen dificultades para no precipitarse parece como si no entendieran el tiempo. Es muy usual que les falte tiempo para completar su agenda. Es como si siempre estuvieran ocupados y generalmente tardan más de lo usual en completar sus tareas o actividades.

La clave para no precipitarse es en realidad simple: generar un margen de espera. Quien se precipita generalmente lo hace de forma automática. Opera bajo una lógica de acción-reacción que funciona mecánicamente. Lo primero, entonces, es preguntarse si uno está actuando de esa manera. Si se deja llevar por el impulso y después se arrepiente.

De ser así, lo adecuado es adoptar una perspectiva de observación sobre uno mismo. No es fácil al comienzo, pero con un poco de constancia se logra. Se trata de crear una especie de alarma interna que se active cuando estemos en un pico emocional. Dicha alarma debe llevarnos a hacer un alto de tan solo cinco segundos.

Ese breve lapso nos sirve para respirar o simplemente para contar hasta diez. 

La primera dificultad con la que nos encontramos al hablar de este tema es cierta confusión en torno a la impulsividad. Hay quienes piensan que no precipitarse es una señal de extrema rigurosidad o de falta de espontaneidad. Así mismo, no faltan quienes creen que el autocontrol o las conductas medidas son una especie de falta de franqueza.

Es cierto que no es bueno ni sano «medir» todas y cada una de las conductas que llevamos a cabo. Todo extremo es indeseable y tampoco podemos convertirnos en una especie de carceleros o vigilantes permanentes de nosotros mismos. Hay muchas circunstancias en las que las “conductas sin filtro” son muy valiosas.

El problema aparece cuando nos enfrentamos a situaciones que exigen el uso pleno de la razón. Decisiones o acciones que podrían tener múltiples consecuencias negativas si no se sopesan con cuidado. Es ahí donde cobra importancia el arte de no precipitarse. Muchos de los grandes errores surgen precisamente por un impulso.

En principio, lo adecuado es no precipitarse en las situaciones que implican un posible daño para nosotros mismos o para los demás. No es fácil separarlas del resto.

En determinadas circunstancias, una acción simple desencadena toda una cadena de consecuencias indeseables. En otras, hasta un grave error no causa mayor impacto. ¿Cómo precisar esto?

Se puede decir que toda situación en la que esté involucrado un sentimiento demasiado intenso se debe abordar con cuidado. En particular, no es adecuado que se actúe cuando ese sentimiento, positivo o negativo, prima de manera contundente. Esto porque los sentimientos y las emociones pueden precipitar juicios poco justos o actuaciones desproporcionadas.

Se requiere de un mínimo margen de serenidad para tomar la decisión de decir o hacer algo que pueda tener consecuencias. Es bueno adoptar el hábito de no actuar cuando percibimos que hay una emoción o un sentimiento demasiado influyente o incluso invasivo en un momento dado. Ese estado no suele mantenerse tan intenso por mucho tiempo, así que a veces solo es cuestión de esperar un momento.

La impulsividad es un rasgo que con frecuencia va acompañado por todo un conjunto de características en la personalidad. La primera de esas características es el inmediatismo. Este tipo de personas necesitan resultados rápidos y tienen gran dificultad para esperar. Quieren que todo se lleve a cabo en el menor tiempo posible.

De otro lado, es muy frecuente que las personas a las que les cuesta no precipitarse tengan un estado de ánimo inestable. Cambian de humor con facilidad, pasando de la risa a la tristeza, o de la ira a la alegría de una manera muy brusca. Así mismo, es muy habitual que les cueste mucho trabajo diseñar planes y ejecutarlos. No logran ser metódicos en lo que hacen, sino que cambian a mitad de camino.

Quienes tienen dificultades para no precipitarse parece como si no entendieran el tiempo. Es muy usual que les falte tiempo para completar su agenda. Es como si siempre estuvieran ocupados y generalmente tardan más de lo usual en completar sus tareas o actividades.

La clave para no precipitarse es en realidad simple: generar un margen de espera. Quien se precipita generalmente lo hace de forma automática. Opera bajo una lógica de acción-reacción que funciona mecánicamente. Lo primero, entonces, es preguntarse si uno está actuando de esa manera. Si se deja llevar por el impulso y después se arrepiente.

De ser así, lo adecuado es adoptar una perspectiva de observación sobre uno mismo. No es fácil al comienzo, pero con un poco de constancia se logra. Se trata de crear una especie de alarma interna que se active cuando estemos en un pico emocional. Dicha alarma debe llevarnos a hacer un alto de tan solo cinco segundos.

Ese breve lapso nos sirve para respirar o simplemente para contar hasta diez. Si logramos abrir esa pequeña ventana, ya vemos la otra orilla. Tal vez nos ayude dar un pequeño paseo en ese momento o simplemente retirarnos a un lugar tranquilo para respirar profundamente. En un lapso relativamente breve surgirá y crecerá un margen de serenidad, aunque no nos sintamos plenos aún.

Así mismo, es muy beneficioso planear y realizar actividades a medio y largo plazo. Iniciar un curso e ir a todas y cada una de las clases. Plantar una semilla y cuidarla hasta que sea una planta. Todo ello aumentará la perseverancia, el sentido de control y el control también situaciones críticas.

* lamenteesmaravillosa.com

Comunicación Asertiva

Por El 22/02/2023

La comunicación asertiva en la familia significa expresar nuestra opinión de forma consciente, congruente, clara, directa y equilibrada; su finalidad es la de comunicar nuestras ideas y sentimientos sin la intención de herir o perjudicar, actuando desde un estado interior en el que habite la confianza.

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Desarrollar una comunicación asertiva en la familia repercutirá de manera positiva en nuestra salud emocional y mental, además de permitirnos ver la realidad con más claridad y establecer relaciones sólidas con los miembros de la familia. Además, favorece:
• Reducción del estrés.
• Mejora de tus habilidades sociales y personales.
• Mejor control de los impulsos o la rabia.
• Mejora tu autoestima.
• Entiendes mejor tus emociones.
• Te respetas y te ganas el respeto de los demás.
• Mejoras tus habilidades para tomar de decisiones.
• Ganas en satisfacción personal.
Es esencial tener una comunicación asertiva en la familia para fortalecer las relaciones entre sus miembros. La buena comunicación se ve reflejada en vínculos sanos, respeto mutuo, afecto, cariño y compañerismo, ya sea en la relación de los padres, estos con los hijos o entre hermanos.
Una comunicación asertiva parte del respeto hacia la otra persona. Antes de dirigirnos a nuestros hijos, dediquemos un tiempo a pensar qué vamos a decirles y cómo vamos a hacerlo, especialmente cuando el mensaje que queremos trasmitir es importante y queremos que cale en ellos.
También debemos inculcar en ellos la empatía hacia los demás. Si toda la familia intenta comprender lo que piensa y siente el otro, será más fácil entablar un diálogo y que las discusiones no erosionen la confianza.
*lamenteesmaravillosa

Angustia

Por El 31/01/2023

La angustia es un estado afectivo que causa malestar, sensación de sofoco, sufrimiento mental e incluso tristeza. Está relacionada con el temor (miedo irracional), la desesperación y, en muchos casos, con la incertidumbre. El miedo a la separación, el acoso en la escuela o en el trabajo o los pensamientos irracionales e intrusivos, entre otras situaciones, pueden provocar angustia.
Es frecuente que el término angustia se confunda con ansiedad. En este artículo hablaremos de las diferencias entre ambos conceptos y profundizaremos en las causas, los síntomas y los posibles tratamientos de la angustia.

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No es fácil entender la diferencia entre angustia y ansiedad, pues son términos que suelen emplearse como sinónimos en muchas ocasiones. Hay autores que consideran que la diferencia se encuentra en que mientras la ansiedad se emplea en el ámbito clínico, la angustia tiene un origen más bien filosófico, y es especialmente importante en el existencialismo.
Y es que a pesar de los intentos por distinguir estos conceptos por parte de filósofos, médicos y psicólogos, hoy en día siguen confundiéndose estos términos y son usados como sinónimos en muchos casos. Algunos autores han considerado que en la angustia imperan los síntomas físicos, mientras que en la ansiedad priman los psicológicos (si bien esta distinción entre síntomas es aún más confusa).
También se ha considerado que la angustia tiene un efecto paralizante sobre el individuo, mientras que la ansiedad activa una reacción motora de sobresalto. Sin embargo, en la actualidad, cuando se habla de ansiedad también se tienen en cuenta tanto los síntomas físicos como psicológicos.
Un ejemplo claro de cómo se emplean estos conceptos de manera indistinta es cuando se menciona el trastorno de pánico, pues también recibe el nombre de crisis de ansiedad o trastorno de angustia.
Si bien la ansiedad y la angustia destacan por parecerse al miedo, son diferentes a este último en el sentido que el miedo se manifiesta ante estímulos presentes, y la ansiedad o la angustia ante la anticipación de peligros futuros, indefinibles, imprevisibles e incluso irracionales.
La angustia puede ser adaptativa y útil, en el sentido de que es una reacción normal en nuestro día a día, e incluso llega a ser beneficiosa en ciertos contextos. Por ejemplo, al cruzar una carretera con el semáforo en rojo, pues nos mantiene alerta para que no nos atropellen.
Pero si pensamos en una crisis de ansiedad o un trastorno de angustia, la persona tiene una reacción de angustia desproporcionada, que paraliza al individuo, y en el que cobran presencia los síntomas psíquicos como la sensación de ahogo y peligro inminente, que nada tienen que ver con la realidad. Es por eso que puede llegar a ser considerada una psicopatología.
*psicologiaymente.

 

 

Regalar

Por El 23/12/2022

Cada vez que damos o recibimos algún regalo, no solo obtenemos un objeto, también solemos experimentar una sensación de bienestar, aunque la incertidumbre ante la compra de un regalo puede provocar ansiedad. La neurociencia y la psicología ofrecen pistas para entender estas sensaciones.

Una de las claves del regalo es el reconocimiento. Pero a algunas personas este acto les provoca más estrés que felicidad. La clave está en cómo lo interpreta nuestro cerebro.

Navidades, cumpleaños, aniversarios, santos... El ritual de preparar un regalo especial o recibir un obsequio de alguien cercano despierta en nosotros un abanico de sensaciones que tienen su origen en un cóctel de sustancias químicas llamadas neurotransmisores. ¿Por qué nos emocionamos al regalar algo a un ser querido? ¿Por qué tenemos una sensación de bienestar cuando alguien se acuerda de nosotros? Todo se debe a la acción combinada del sistema neuronal de refuerzo -la parte relacionada con el placer- y las sustancias que activan nuestro "yo" más emocional.

Cuando recibimos un regalo se ponen en funcionamiento las estructuras críticas destinadas al procesamiento de la información emocional, como la amígdala y la corteza prefrontal, las cuales nos provocan un bienestar muy distinto al material. Es aquello que sentimos cuando alguna persona se preocupa de nosotros o cuando, por ejemplo, alguien se acuerda de una fecha que consideramos muy importante.

Ekaterina shevchenko zltlhekbh04 unsplashLa química de la felicidad

El mero hecho de regalar o recibir un obsequio implica un juego de distintas sustancias químicas que actúan en nuestro cerebro: la oxitocina, la dopamina, la serotonina y las endorfinas determinarán el proceso de compra y marcarán el grado de satisfacción o bienestar de cada persona.

Por un lado, interviene la oxitocina, denominada ‘hormona de cognición social’, relevante en la construcción de una relación de confianza y el desarrollo de relaciones emocionales. Es la sustancia que se desata cuando damos un abrazo o cuando realizamos un regalo a alguien importante para nosotros. Está relacionada con la formación de relaciones personales y está presente en el establecimiento de la confianza entre las personas.

Por otra parte, nuestro cerebro tiene una herramienta perfecta relacionada con el control de las emociones que también actúa como reguladora del estrés: la serotonina. Se trata de un mecanismo evolutivo que ha ido moldeándose con el paso del tiempo como consecuencia de la evolución, y que nos ha permitido, entre otras cosas, sobrevivir ante situaciones adversas.

En la actualidad, vinculamos las situaciones de estrés a otros ámbitos, como el día a día o el trabajo, donde la posibilidad de daño físico es mínima. Sin embargo, la evolución nos ha dotado de mecanismos adaptativos, con lo que la liberación de endorfinas actúan como analgésicos cuando nuestro cerebro interpreta que puede haber un peligro que nos cause algún daño. Por este motivo, liberamos endorfinas cuando practicamos ejercicio físico.

Sin embargo, las endorfinas no solo nos ayudan a superar situaciones de estrés, sino que también se desatan para proporcionarnos bienestar. Por ejemplo, cuando estamos escuchando música en un lugar tranquilo, podemos estar liberando esa sustancia. Eso lo que lo diferencia de la dopamina, un neurotransmisor que también nos genera placer, aunque por una causa bien distinta: nos motiva para conseguir un objetivo determinado.

Por último, en todo proceso de compra actúa otro neurotransmisor fundamental: la serotonina, una sustancia “muy importante para la regulación del estado de ánimo, pues facilita que las personas puedan obtener esa sensación de bienestar emocional”, afirma Redolar. Cuando ofrecemos un regalo a alguien, hacemos que se sienta importante y, por tanto, aumenta indirectamente su nivel de felicidad.

Ansiedad, el efecto inesperado

Sin embargo, no todo el mundo experimenta una sensación agradable al ofrecer o recibir un regalo. La incertidumbre ante la compra de un regalo puede provocar ansiedad en determinadas personas, una sensación causada por el sentimiento de inseguridad que provoca no saber qué regalar, lo que, desde el punto de vista biológico, se traduce en un sobreesfuerzo de la corteza prefrontal, encargada de la planificación.

Cuando ofrecemos a alguien un regalo, entramos en una situación de alerta a la espera de la reacción. Si no obtenemos una respuesta satisfactoria, es probable que nos sintamos decepcionados, del mismo modo que el destinatario puede sentirse presionado por demostrar su satisfacción.

www.nationalgeographic.com.es/ciencia

Afrontar situaciones traumáticas

Por El 29/11/2022

Cómo afrontar situaciones traumáticas en la infancia.

Los niñ@s son, con cierta frecuencia, testigos o víctimas de acontecimientos traumáticos que suponen para ellos un gran impacto emocional, por ejemplo; la muerte del padre, la madre o algún familiar próximo. Esto resulta aún más terrible si tiene lugar en un accidente de tráfico que el niñ@ ha presenciado, en cualquier otro tipo de catástrofe o en un atentado terrorista.

Los adultos se encuentran, entonces, en una situación en la que difícilmente saben cómo explicar lo sucedido al niñ@, cómo tratarle en los días sucesivos o cómo evaluar si su comportamiento y reacciones son realmente normales.

Sabemos que con unas líneas no se puede dar respuesta exhaustiva a cómo abordar situaciones tan dramáticas, pero queremos contribuir con unas pautas básicas que guíen al adulto para hablar con el niñ@ y entender sus reacciones.

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Es evidente que, aunque hablemos del niñ@, hay grandes diferencias entre unos y otros. No es lo mismo, ni va a reaccionar de la misma manera, un niñ@ de 4 ó 5 años que uno de 10 ó que un adolescente de 16. Siempre tendremos que tratarles en función de su edad, teniendo en cuenta sus diferencias y considerando las experiencias que han vivido, las reacciones y las emociones que lo sucedido ha podido provocar en el niñ@ y en su familia.

Nos dirigimos, pues, a los adultos que están cerca de los niñ@s y que van a tener que enfrentarse, junto con ellos, a cualquier situación que suponga un fuerte impacto emocional.

Siempre decir al niñ@ la verdad. Nunca mentir. No se le puede decir, por ejemplo, que su padre se ha ido de viaje y tardará mucho en volver. La mentira no protege al niñ@; pensemos que, probablemente, va a conocer la verdad a través de otras personas, a veces de manera más cruda y más dolorosa. Cuando esto suceda, se sentirá engañado. Si hay alguna mala noticia que dar al niñ@, ¿no es preferible que lo hagan, de manera cuidadosa, las personas a las que el niñ@ quiere y en las que confía?

Decirle sólo aquello que pueda entender. Debemos tener en cuenta la edad del niñ@ y su nivel de comprensión. En los niñ@s muy pequeños no debemos dar información que no puedan entender. Tan absurdo sería dar explicaciones excesivas a un niñ@ de 3 años como evitarlas a un adolescente.

No dar más información de la que el niñ@ pueda asumir Estamos comunicando al niñ@ algo que le desborda emocionalmente; partimos del hecho de que debemos decírselo, sin embargo, tenemos que marcar unos límites. En general, es el propio niñ@ el que los marca, preguntando más o cambiando de tema.

Responder siempre a las preguntas que nos haga el niñ@ sobre lo que ha sucedido. En general, sus preguntas nos orientan sobre la información que desea tener, pero, en muchos casos el niñ@ no pregunta nada porque se teme lo peor, como en el caso de la muerte de alguna persona próxima. Cuando esto sucede, hay que ir un poco más allá de sus preguntas y comunicárselo.

* Defensor del menor CAM

No tengas miedo a cometer errores.

Por El 24/06/2020

No tengas miedo a cometer errores.

Probablemente, seas bastante exigente contigo mismo, al menos cuando los resultados no cumplen con tus expectativas. De hecho, seguro que, si te dieran la opción de cambiar algo de lo ocurrido o incluso de ti mismo, lo harías. La pregunta es ¿te

En algún momento de nuestras vidas, todos tenemos que enfrentarnos al gran reto de aceptarnos a nosotros mismos. Una cuestión que aparentemente no debería ser tan compleja, pero que realmente lo es.

Hps 01 213Nos aterra mirarnos al espejo, descubrir quiénes somos en realidad, pues no siempre nos comportamos como desearíamos ni cumplimos con las expectativas que hemos creado sobre nosotros.

Es más, en algunos momentos llegamos hasta avergonzarnos de cómo somos. Solo tenemos que pensar en las veces que nos hemos lamentado sobre algo que hemos hecho. Ahora bien, ¿por qué? Porque el fracaso no nos sienta nada bien.

Un profundo malestar nos invade cuando la realidad que deseamos no tiene nada que ver con la realidad que tenemos. De hecho, cuanto mayor es la diferencia, más dolorosos son los sentimientos que experimentamos. El escenario que habíamos imaginado se derrumba y no queda otra que intentar adaptarnos a lo ocurrido.

El fracaso nos introduce en un vacío, un vacío que nos duele igual o más que cualquier herida, que nos desafía y nos enfrenta a cada uno de nosotros. Lo que ocurre es que no nos gustan los sentimientos incómodos y por ello solemos evitar el dolor resultante de cada fracaso.

A veces, abandonamos y otras casi ni lo intentamos y optamos por algo menos desafiante y más fácil. Algo que nos alivia de forma momentánea, pero que no dura mucho porque podemos volver a estar en peligro, ya que no es fácil protegerse del fracaso. Entonces nos estancamos, permanecemos, no avanzamos, nos quedamos ahí, en nuestra zona de seguridad.

A pesar de ese estado de calma que nos proporciona nuestra zona de confort, existen ciertos riesgos si optamos por permanecer aferrados a esa sensación seguridad. Uno de los más peligrosos es la imposibilidad de avanzar, de seguir creciendo. De ahí que lo más adecuado sea modificar la relación que tenemos con el hecho de fracasar.

Para ello, es importante que nos recordemos a nosotros mismos que el fracaso forma parte de la vida. Y no, no es algo extraordinario o una frase de autoayuda más, existen muchos ejemplos que lo confirman.

No obstante, estoy segura de que cada uno de nosotros tenemos ejemplos suficientes para confirmar que fracasar es algo común y que, en muchas ocasiones, gracias a ello hemos descubierto otros rumbos y otros aprendizajes. Un fracaso es una oportunidad, un primer boceto, un borrador que nos ayuda a conseguir algo mejor.

Ahora bien, el fracaso también podemos verlo como un feedback para nosotros. Se trata de una oportunidad para reflexionar qué hemos hecho, qué es lo que no funciona y qué podría funcionar mejor.

En cuanto nuestra mente detecta que hemos fracasado, comienza a criticarnos, reprocharnos y culpabilizarnos. Somos expertos en latigarnos y recordarnos lo mal que lo hemos hecho y lo poco que valemos.

Ahora bien, si castigarnos a nosotros mismos fuera una estrategia válida para modificar nuestra conducta y alcanzar el éxito, ¿no seríamos perfectos? Entonces, ¿por qué lo seguimos haciendo?

El médico y psicoterapeuta inglés Russ Harris suele utilizar un viejo proverbio para concienciar sobre ello: si quieres que un burro tire del carro, puedes utilizar un palo o una zanahoria para ello. Es decir, puedes provocar que lo haga de mala gana si lo atizas con el palo o bien puedes ponerle una zanahoria delante, pero que no pueda alcanzar hasta llegar al carro y allí dársela como recompensa. Con ambas estrategias conseguirás tu objetivo, pero si utilizas el palo el burro será infeliz, mientras que si usas la zanahoria, será feliz.

Nuestra mente suele utilizar más la estrategia del palo que la de la zanahoria, nos lanza un gran número de críticas negativas y acabamos atrapados en el juego de la culpa: «idiota«, «fracasado«, «no podía hacerlo peor«, «no sirves para nada«, «¡qué perdida de tiempo!«, «¿por qué siempre tiene que pasarme esto a mí?«, «no tengo remedio«, «no tendría que haber actuado así«…

La cuestión es que sea lo que sea con lo que nos golpee, no nos ayudará a aceptar el malestar del fracaso ni tampoco a crecer o aprender de lo vivido. Todo lo contrario. Entonces, ¿cómo podemos reponernos cuando fracasamos? Las siguientes claves pueden ayudarnos:

• Desengancharse de los pensamientos poco útiles -> Hay que identificar los pensamientos que nos obstaculizan el camino y que nos hacen sentir mal, esas creencias que nos culpabilizan, pero que no aportan soluciones. Para ello, podemos decirnos que nuestra mente está empezando con la historia del perdedor.

• Permitirse experimentar los sentimientos dolorosos -> Aceptar el malestar, abrirse al dolor y observar cómo nos afecta es fundamental. De esta forma, liberamos esa carga que nos pesa y podemos continuar.

• Tratarnos bien a nosotros mismos -> Un error, un fallo, no tiene que ser un motivo para maltratarnos. Tenemos que ser amables con nosotros mismos, acompañarnos y apoyarnos. Reprocharnos no solucionará lo ocurrido.

• Valorar qué ha funcionado y cualquier tipo de mejora -> Reconocer y valorar todo lo que hemos hecho es un gran gesto de amabillidad hacia nosotros. Nuestro esfuerzo merece ser reconocido, igual que todo aquello que hemos hecho bien y con lo que podemos quedarnos.

• Descubrir algo que nos ayude a aprender y crecer -> En cada uno de nosotros, siempre hay algo que puede resultarnos útil. Para ello, podemos preguntarnos cómo podemos crecer a partir de lo ocurrido. No olvidemos que cada fracaso es también una oportunidad para avanzar.

• Actuar de acuerdo a nuestros valores -> Este es uno de los aspectos más importantes y que nos ayudarán a relacionarnos con el fracaso de otra manera. Porque si actuamos en base a lo que deseamos, a esos pilares que consideramos como fundamentales, será difícil que consideremos de forma negativa al fracaso.

Como vemos, el fracaso puede ser muy doloroso, pero no deja de ser una oportunidad maravillosa para conocernos si estamos dispuestos a aprender él.

* lamenteesmaravillosa.com