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Dibujo camino                            

La impulsividad

Por El 10/05/2023

La impulsividad es un rasgo que con frecuencia va acompañado por todo un conjunto de características en la personalidad. La primera de esas características es el inmediatismo. Este tipo de personas necesitan resultados rápidos y tienen gran dificultad para esperar. Quieren que todo se lleve a cabo en el menor tiempo posible.

De otro lado, es muy frecuente que las personas a las que les cuesta no precipitarse tengan un estado de ánimo inestable. Cambian de humor con facilidad, pasando de la risa a la tristeza, o de la ira a la alegría de una manera muy brusca. Así mismo, es muy habitual que les cueste mucho trabajo diseñar planes y ejecutarlos. No logran ser metódicos en lo que hacen, sino que cambian a mitad de camino.

Quienes tienen dificultades para no precipitarse parece como si no entendieran el tiempo. Es muy usual que les falte tiempo para completar su agenda. Es como si siempre estuvieran ocupados y generalmente tardan más de lo usual en completar sus tareas o actividades.

La clave para no precipitarse es en realidad simple: generar un margen de espera. Quien se precipita generalmente lo hace de forma automática. Opera bajo una lógica de acción-reacción que funciona mecánicamente. Lo primero, entonces, es preguntarse si uno está actuando de esa manera. Si se deja llevar por el impulso y después se arrepiente.

De ser así, lo adecuado es adoptar una perspectiva de observación sobre uno mismo. No es fácil al comienzo, pero con un poco de constancia se logra. Se trata de crear una especie de alarma interna que se active cuando estemos en un pico emocional. Dicha alarma debe llevarnos a hacer un alto de tan solo cinco segundos.

Ese breve lapso nos sirve para respirar o simplemente para contar hasta diez. 

La primera dificultad con la que nos encontramos al hablar de este tema es cierta confusión en torno a la impulsividad. Hay quienes piensan que no precipitarse es una señal de extrema rigurosidad o de falta de espontaneidad. Así mismo, no faltan quienes creen que el autocontrol o las conductas medidas son una especie de falta de franqueza.

Es cierto que no es bueno ni sano «medir» todas y cada una de las conductas que llevamos a cabo. Todo extremo es indeseable y tampoco podemos convertirnos en una especie de carceleros o vigilantes permanentes de nosotros mismos. Hay muchas circunstancias en las que las “conductas sin filtro” son muy valiosas.

El problema aparece cuando nos enfrentamos a situaciones que exigen el uso pleno de la razón. Decisiones o acciones que podrían tener múltiples consecuencias negativas si no se sopesan con cuidado. Es ahí donde cobra importancia el arte de no precipitarse. Muchos de los grandes errores surgen precisamente por un impulso.

En principio, lo adecuado es no precipitarse en las situaciones que implican un posible daño para nosotros mismos o para los demás. No es fácil separarlas del resto.

En determinadas circunstancias, una acción simple desencadena toda una cadena de consecuencias indeseables. En otras, hasta un grave error no causa mayor impacto. ¿Cómo precisar esto?

Se puede decir que toda situación en la que esté involucrado un sentimiento demasiado intenso se debe abordar con cuidado. En particular, no es adecuado que se actúe cuando ese sentimiento, positivo o negativo, prima de manera contundente. Esto porque los sentimientos y las emociones pueden precipitar juicios poco justos o actuaciones desproporcionadas.

Se requiere de un mínimo margen de serenidad para tomar la decisión de decir o hacer algo que pueda tener consecuencias. Es bueno adoptar el hábito de no actuar cuando percibimos que hay una emoción o un sentimiento demasiado influyente o incluso invasivo en un momento dado. Ese estado no suele mantenerse tan intenso por mucho tiempo, así que a veces solo es cuestión de esperar un momento.

La impulsividad es un rasgo que con frecuencia va acompañado por todo un conjunto de características en la personalidad. La primera de esas características es el inmediatismo. Este tipo de personas necesitan resultados rápidos y tienen gran dificultad para esperar. Quieren que todo se lleve a cabo en el menor tiempo posible.

De otro lado, es muy frecuente que las personas a las que les cuesta no precipitarse tengan un estado de ánimo inestable. Cambian de humor con facilidad, pasando de la risa a la tristeza, o de la ira a la alegría de una manera muy brusca. Así mismo, es muy habitual que les cueste mucho trabajo diseñar planes y ejecutarlos. No logran ser metódicos en lo que hacen, sino que cambian a mitad de camino.

Quienes tienen dificultades para no precipitarse parece como si no entendieran el tiempo. Es muy usual que les falte tiempo para completar su agenda. Es como si siempre estuvieran ocupados y generalmente tardan más de lo usual en completar sus tareas o actividades.

La clave para no precipitarse es en realidad simple: generar un margen de espera. Quien se precipita generalmente lo hace de forma automática. Opera bajo una lógica de acción-reacción que funciona mecánicamente. Lo primero, entonces, es preguntarse si uno está actuando de esa manera. Si se deja llevar por el impulso y después se arrepiente.

De ser así, lo adecuado es adoptar una perspectiva de observación sobre uno mismo. No es fácil al comienzo, pero con un poco de constancia se logra. Se trata de crear una especie de alarma interna que se active cuando estemos en un pico emocional. Dicha alarma debe llevarnos a hacer un alto de tan solo cinco segundos.

Ese breve lapso nos sirve para respirar o simplemente para contar hasta diez. Si logramos abrir esa pequeña ventana, ya vemos la otra orilla. Tal vez nos ayude dar un pequeño paseo en ese momento o simplemente retirarnos a un lugar tranquilo para respirar profundamente. En un lapso relativamente breve surgirá y crecerá un margen de serenidad, aunque no nos sintamos plenos aún.

Así mismo, es muy beneficioso planear y realizar actividades a medio y largo plazo. Iniciar un curso e ir a todas y cada una de las clases. Plantar una semilla y cuidarla hasta que sea una planta. Todo ello aumentará la perseverancia, el sentido de control y el control también situaciones críticas.

* lamenteesmaravillosa.com

Comunicación Asertiva

Por El 22/02/2023

La comunicación asertiva en la familia significa expresar nuestra opinión de forma consciente, congruente, clara, directa y equilibrada; su finalidad es la de comunicar nuestras ideas y sentimientos sin la intención de herir o perjudicar, actuando desde un estado interior en el que habite la confianza.

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Desarrollar una comunicación asertiva en la familia repercutirá de manera positiva en nuestra salud emocional y mental, además de permitirnos ver la realidad con más claridad y establecer relaciones sólidas con los miembros de la familia. Además, favorece:
• Reducción del estrés.
• Mejora de tus habilidades sociales y personales.
• Mejor control de los impulsos o la rabia.
• Mejora tu autoestima.
• Entiendes mejor tus emociones.
• Te respetas y te ganas el respeto de los demás.
• Mejoras tus habilidades para tomar de decisiones.
• Ganas en satisfacción personal.
Es esencial tener una comunicación asertiva en la familia para fortalecer las relaciones entre sus miembros. La buena comunicación se ve reflejada en vínculos sanos, respeto mutuo, afecto, cariño y compañerismo, ya sea en la relación de los padres, estos con los hijos o entre hermanos.
Una comunicación asertiva parte del respeto hacia la otra persona. Antes de dirigirnos a nuestros hijos, dediquemos un tiempo a pensar qué vamos a decirles y cómo vamos a hacerlo, especialmente cuando el mensaje que queremos trasmitir es importante y queremos que cale en ellos.
También debemos inculcar en ellos la empatía hacia los demás. Si toda la familia intenta comprender lo que piensa y siente el otro, será más fácil entablar un diálogo y que las discusiones no erosionen la confianza.
*lamenteesmaravillosa

Angustia

Por El 31/01/2023

La angustia es un estado afectivo que causa malestar, sensación de sofoco, sufrimiento mental e incluso tristeza. Está relacionada con el temor (miedo irracional), la desesperación y, en muchos casos, con la incertidumbre. El miedo a la separación, el acoso en la escuela o en el trabajo o los pensamientos irracionales e intrusivos, entre otras situaciones, pueden provocar angustia.
Es frecuente que el término angustia se confunda con ansiedad. En este artículo hablaremos de las diferencias entre ambos conceptos y profundizaremos en las causas, los síntomas y los posibles tratamientos de la angustia.

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No es fácil entender la diferencia entre angustia y ansiedad, pues son términos que suelen emplearse como sinónimos en muchas ocasiones. Hay autores que consideran que la diferencia se encuentra en que mientras la ansiedad se emplea en el ámbito clínico, la angustia tiene un origen más bien filosófico, y es especialmente importante en el existencialismo.
Y es que a pesar de los intentos por distinguir estos conceptos por parte de filósofos, médicos y psicólogos, hoy en día siguen confundiéndose estos términos y son usados como sinónimos en muchos casos. Algunos autores han considerado que en la angustia imperan los síntomas físicos, mientras que en la ansiedad priman los psicológicos (si bien esta distinción entre síntomas es aún más confusa).
También se ha considerado que la angustia tiene un efecto paralizante sobre el individuo, mientras que la ansiedad activa una reacción motora de sobresalto. Sin embargo, en la actualidad, cuando se habla de ansiedad también se tienen en cuenta tanto los síntomas físicos como psicológicos.
Un ejemplo claro de cómo se emplean estos conceptos de manera indistinta es cuando se menciona el trastorno de pánico, pues también recibe el nombre de crisis de ansiedad o trastorno de angustia.
Si bien la ansiedad y la angustia destacan por parecerse al miedo, son diferentes a este último en el sentido que el miedo se manifiesta ante estímulos presentes, y la ansiedad o la angustia ante la anticipación de peligros futuros, indefinibles, imprevisibles e incluso irracionales.
La angustia puede ser adaptativa y útil, en el sentido de que es una reacción normal en nuestro día a día, e incluso llega a ser beneficiosa en ciertos contextos. Por ejemplo, al cruzar una carretera con el semáforo en rojo, pues nos mantiene alerta para que no nos atropellen.
Pero si pensamos en una crisis de ansiedad o un trastorno de angustia, la persona tiene una reacción de angustia desproporcionada, que paraliza al individuo, y en el que cobran presencia los síntomas psíquicos como la sensación de ahogo y peligro inminente, que nada tienen que ver con la realidad. Es por eso que puede llegar a ser considerada una psicopatología.
*psicologiaymente.

 

 

Regalar

Por El 23/12/2022

Cada vez que damos o recibimos algún regalo, no solo obtenemos un objeto, también solemos experimentar una sensación de bienestar, aunque la incertidumbre ante la compra de un regalo puede provocar ansiedad. La neurociencia y la psicología ofrecen pistas para entender estas sensaciones.

Una de las claves del regalo es el reconocimiento. Pero a algunas personas este acto les provoca más estrés que felicidad. La clave está en cómo lo interpreta nuestro cerebro.

Navidades, cumpleaños, aniversarios, santos... El ritual de preparar un regalo especial o recibir un obsequio de alguien cercano despierta en nosotros un abanico de sensaciones que tienen su origen en un cóctel de sustancias químicas llamadas neurotransmisores. ¿Por qué nos emocionamos al regalar algo a un ser querido? ¿Por qué tenemos una sensación de bienestar cuando alguien se acuerda de nosotros? Todo se debe a la acción combinada del sistema neuronal de refuerzo -la parte relacionada con el placer- y las sustancias que activan nuestro "yo" más emocional.

Cuando recibimos un regalo se ponen en funcionamiento las estructuras críticas destinadas al procesamiento de la información emocional, como la amígdala y la corteza prefrontal, las cuales nos provocan un bienestar muy distinto al material. Es aquello que sentimos cuando alguna persona se preocupa de nosotros o cuando, por ejemplo, alguien se acuerda de una fecha que consideramos muy importante.

Ekaterina shevchenko zltlhekbh04 unsplashLa química de la felicidad

El mero hecho de regalar o recibir un obsequio implica un juego de distintas sustancias químicas que actúan en nuestro cerebro: la oxitocina, la dopamina, la serotonina y las endorfinas determinarán el proceso de compra y marcarán el grado de satisfacción o bienestar de cada persona.

Por un lado, interviene la oxitocina, denominada ‘hormona de cognición social’, relevante en la construcción de una relación de confianza y el desarrollo de relaciones emocionales. Es la sustancia que se desata cuando damos un abrazo o cuando realizamos un regalo a alguien importante para nosotros. Está relacionada con la formación de relaciones personales y está presente en el establecimiento de la confianza entre las personas.

Por otra parte, nuestro cerebro tiene una herramienta perfecta relacionada con el control de las emociones que también actúa como reguladora del estrés: la serotonina. Se trata de un mecanismo evolutivo que ha ido moldeándose con el paso del tiempo como consecuencia de la evolución, y que nos ha permitido, entre otras cosas, sobrevivir ante situaciones adversas.

En la actualidad, vinculamos las situaciones de estrés a otros ámbitos, como el día a día o el trabajo, donde la posibilidad de daño físico es mínima. Sin embargo, la evolución nos ha dotado de mecanismos adaptativos, con lo que la liberación de endorfinas actúan como analgésicos cuando nuestro cerebro interpreta que puede haber un peligro que nos cause algún daño. Por este motivo, liberamos endorfinas cuando practicamos ejercicio físico.

Sin embargo, las endorfinas no solo nos ayudan a superar situaciones de estrés, sino que también se desatan para proporcionarnos bienestar. Por ejemplo, cuando estamos escuchando música en un lugar tranquilo, podemos estar liberando esa sustancia. Eso lo que lo diferencia de la dopamina, un neurotransmisor que también nos genera placer, aunque por una causa bien distinta: nos motiva para conseguir un objetivo determinado.

Por último, en todo proceso de compra actúa otro neurotransmisor fundamental: la serotonina, una sustancia “muy importante para la regulación del estado de ánimo, pues facilita que las personas puedan obtener esa sensación de bienestar emocional”, afirma Redolar. Cuando ofrecemos un regalo a alguien, hacemos que se sienta importante y, por tanto, aumenta indirectamente su nivel de felicidad.

Ansiedad, el efecto inesperado

Sin embargo, no todo el mundo experimenta una sensación agradable al ofrecer o recibir un regalo. La incertidumbre ante la compra de un regalo puede provocar ansiedad en determinadas personas, una sensación causada por el sentimiento de inseguridad que provoca no saber qué regalar, lo que, desde el punto de vista biológico, se traduce en un sobreesfuerzo de la corteza prefrontal, encargada de la planificación.

Cuando ofrecemos a alguien un regalo, entramos en una situación de alerta a la espera de la reacción. Si no obtenemos una respuesta satisfactoria, es probable que nos sintamos decepcionados, del mismo modo que el destinatario puede sentirse presionado por demostrar su satisfacción.

www.nationalgeographic.com.es/ciencia

Afrontar situaciones traumáticas

Por El 29/11/2022

Cómo afrontar situaciones traumáticas en la infancia.

Los niñ@s son, con cierta frecuencia, testigos o víctimas de acontecimientos traumáticos que suponen para ellos un gran impacto emocional, por ejemplo; la muerte del padre, la madre o algún familiar próximo. Esto resulta aún más terrible si tiene lugar en un accidente de tráfico que el niñ@ ha presenciado, en cualquier otro tipo de catástrofe o en un atentado terrorista.

Los adultos se encuentran, entonces, en una situación en la que difícilmente saben cómo explicar lo sucedido al niñ@, cómo tratarle en los días sucesivos o cómo evaluar si su comportamiento y reacciones son realmente normales.

Sabemos que con unas líneas no se puede dar respuesta exhaustiva a cómo abordar situaciones tan dramáticas, pero queremos contribuir con unas pautas básicas que guíen al adulto para hablar con el niñ@ y entender sus reacciones.

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Es evidente que, aunque hablemos del niñ@, hay grandes diferencias entre unos y otros. No es lo mismo, ni va a reaccionar de la misma manera, un niñ@ de 4 ó 5 años que uno de 10 ó que un adolescente de 16. Siempre tendremos que tratarles en función de su edad, teniendo en cuenta sus diferencias y considerando las experiencias que han vivido, las reacciones y las emociones que lo sucedido ha podido provocar en el niñ@ y en su familia.

Nos dirigimos, pues, a los adultos que están cerca de los niñ@s y que van a tener que enfrentarse, junto con ellos, a cualquier situación que suponga un fuerte impacto emocional.

Siempre decir al niñ@ la verdad. Nunca mentir. No se le puede decir, por ejemplo, que su padre se ha ido de viaje y tardará mucho en volver. La mentira no protege al niñ@; pensemos que, probablemente, va a conocer la verdad a través de otras personas, a veces de manera más cruda y más dolorosa. Cuando esto suceda, se sentirá engañado. Si hay alguna mala noticia que dar al niñ@, ¿no es preferible que lo hagan, de manera cuidadosa, las personas a las que el niñ@ quiere y en las que confía?

Decirle sólo aquello que pueda entender. Debemos tener en cuenta la edad del niñ@ y su nivel de comprensión. En los niñ@s muy pequeños no debemos dar información que no puedan entender. Tan absurdo sería dar explicaciones excesivas a un niñ@ de 3 años como evitarlas a un adolescente.

No dar más información de la que el niñ@ pueda asumir Estamos comunicando al niñ@ algo que le desborda emocionalmente; partimos del hecho de que debemos decírselo, sin embargo, tenemos que marcar unos límites. En general, es el propio niñ@ el que los marca, preguntando más o cambiando de tema.

Responder siempre a las preguntas que nos haga el niñ@ sobre lo que ha sucedido. En general, sus preguntas nos orientan sobre la información que desea tener, pero, en muchos casos el niñ@ no pregunta nada porque se teme lo peor, como en el caso de la muerte de alguna persona próxima. Cuando esto sucede, hay que ir un poco más allá de sus preguntas y comunicárselo.

* Defensor del menor CAM

Comunicación

Por El 26/09/2022

Cada uno de nosotros tenemos una forma particular de comunicar. Ahora bien, las personas que hablan rápido no siempre logran transmitir sus mensajes de manera efectiva y, lo que es más importante, suelen generar en el emisor cierta sensación de estrés, confusión y una mayor dificultad a la hora de entender lo que se les está diciendo. Se trata además de un estilo de comunicación del que se pueden deducir varios aspectos.

En primer lugar, hablar rápido no tiene por qué responder a un trastorno psicológico. En ocasiones, podemos encontrarnos ante algún trastorno del habla como la taquilalia, que define a esas personas con un discurso excesivamente rápido, con atropellamiento de las palabras y con pausas o repeticiones que complican aún más el flujo rítmico del habla.

La causa que explica este tipo de comunicación responde en muchos casos a la ansiedad y a estresores en los contextos próximos, algo que sucede muchas veces durante la infancia. Por tanto, si conocemos a alguien que usa de forma habitual este tipo de discurso, tengamos un poco más de paciencia.

Hay quien piensa que las personas que hablan rápido podrían tener alguna virtud que los diferenciara de los demás. Hablar rápido podría significar, por ejemplo, que «piensan igual de rápido», también que podrían ser grandes oradores al dar discursos con un gran número de datos e información. Sin embargo, la ciencia ya nos ha señalado que esto no siempre es así.

Para empezar, hablar rápido no significa que se hable con fluidez. Asimismo, quien comunica de manera acelerada no siempre da tiempo a que su audiencia llegue a digerir toda la información que se transmite. Esto es al menos lo que nos señalan expertos.

Las personas que hablan rápido, por término medio, suelen arrastrar los siguientes lastres:

• Alteraciones en el tono de voz. En ocasiones pueden hablar demasiado alto o al poco, hacer uso de un tono más bajo que dificulta la comprensión.

• Problemas a la hora de articular, se cometen errores al pronunciar algunas palabras.

• Uso de rellenos en el discurso (ah, em…) así como las repeticiones (es decir, quiero decir, así que…).

• Los aspectos más importantes del mensaje, es decir, el tema central que se quiere comunicar, pasa desapercibido.

• El oyente no llega a comprender todo el discurso de las personas que hablan rápido. Además, es común que le dé menos valor y que se experimente cierto estrés por ese estilo de comunicación tan rápida.

Causas de este estilo de comunicación

El origen de ese discurso excepcionalmente rápido es multidimensional. Es decir, no hay una sola causa, en realidad, hay diferentes factores que pueden explicarnos por qué ocurre (o por qué nos ocurre). Son las siguientes:

• Condicionamiento desde la infancia. Hay pequeños que se sienten socialmente presionados desde edades tempranas a hablar de forma rápida. Tener hermanos muy traviesos o incluso tener progenitores que también hablan rápido suele definir este estilo comunicativo.

• La personalidad extrovertida presenta en determinadas ocasiones esta característica. Es un perfil donde se tiende a pensar mientras se habla, donde prima la impulsividad y esas ideas que se atropellan unas a otras y que se expresan casi sin filtro.

• Un tercer factor, el más común en ocasiones, es la mente acelerada. En ocasiones, llevar un día a día marcado por las prisas, la ansiedad y la presión, hace que terminemos comunicándonos de manera nerviosa. Tal y como suele decirse, hay personas que se comunican tal y como viven: de manera estresante.

Todos queremos comunicarnos de manera efectiva. Hablar con eficacia es hacer llegar nuestro mensaje de manera adecuada, cercana y hasta cautivadora. Así, quien lo hace de manera rápida y precipitada no solo genera en los demás cierta ansiedad o dificultades para comprender lo que se dice. También, fruto de la inercia, puede terminar compartiendo pensamientos que en realidad le gustaría mantener en privado.

Por tanto, las personas que hablan rápido deberían aprender no solo a bajar el ritmo. También a aplicar un pensamiento algo más reflexivo y menos impulsivo, donde poder sentirse poco a poco más competentes y con mayor autocontrol. Estas serían algunas claves:

• Gestión emocional. Tal y como venimos señalando, esta forma de comunicación viene mediada por nuestras emociones y, en concreto, por la ansiedad derivada de nuestro estilo de vida. Por ello, a veces no basta solo con bajar el ritmo, hay que establecer un control sobre la ansiedad, el estrés, la impulsividad…

• Control de la respiración. Técnicas, como la respiración profunda o la relajación progresiva de Jacobson, pueden ayudarnos a entrenar la calma interna para mejorar el ritmo de nuestra comunicación.

• Piensa como oyente. Cuando te estés comunicando con alguien entrena tu pensamiento para establecer pausas. En esos instantes donde aprovechar para tomar aire, pregúntate si aquello que estás diciendo está llegando al emisor. Repítete a ti mismo, que comunicar despacio siempre es mejor.

• Pide a los demás que te avisen si hablas rápido. A veces, lo hacemos casi sin darnos cuenta, aceleramos el discurso y el habla se vuelve atropellada (sobre todo si estamos nerviosos). Por ello, nunca está demás señalar a los demás de que tenemos esa tendencia y que agradeceríamos sin duda que nos avisaran. En caso de que nos den el «toque», bajamos el ritmo.

Para concluir, tal y como hemos señalado al inicio, las personas que hablan rápido no siempre padecen un trastorno. La mayor parte de las veces se trata de una conducta comunicativa que podemos controlar siendo conscientes de ello. Vale la pena tenerlo en cuenta.

* lamenteesmaravillosa.com

Duelo

Por El 10/06/2022

Duelo congelado o retardado.

Aceptar una pérdida nunca es fácil. Tanto es así que hay quien no puede manejar el sufrimiento y lo deja a un lado, negándose a aceptar la ausencia. El duelo retardado puede durar décadas y conforma esa realidad donde el dolor se vuelve silencioso y crónico.

El duelo congelado hace referencia a una pérdida no superada. Es el dolor que se cronifica, que se arrastra de manera permanente y que se manifiesta de muy diversas maneras: ansiedad, estrés, agotamiento, apatía, irritación constante… Así, y por llamativo que nos parezca, estamos ante una realidad clínica que se da con bastante frecuencia.

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Hay quien no sabe muy bien qué hacer con ese conjunto de sensaciones adversas, con ese sufrimiento que paraliza y sitúa a la persona en un vacío muy difícil de gestionar. Otras se aferran a su cotidianidad, a su trabajo y obligaciones intentando convencerse de que pueden seguir adelante. Se dicen a sí mismas que no pasa nada, que el dolor se puede esconder como quien guarda un objeto personal en una caja fuerte.

En ambos casos se genera una misma anatomía del sufrimiento: la del duelo patológico, ese donde no hay un cierre ni una aceptación de la pérdida. De este modo, si hay algo que debemos entender

es que el dolor no tiene fecha de caducidad, puede durar décadas e integrarse en cada cosa que pensamos y hacemos. El duelo congelado se enmascara en múltiples enfermedades y opaca por completo nuestra oportunidad de volver a ser felices.

El dolor puede congelarse, quedarse en suspensión o incluso permanecer atrapado como una semilla en una gota de ámbar. Lo hacemos así cuando nos negamos a afrontar una realidad dolorosa, cuando nos decimos a nosotros mismos que es mejor aparcarla a un lado y retomar nuestras vidas evitando pensar en esa persona que acabamos de perder.

Si hay algo que los especialistas en materia de duelo sabemos bien, es que este proceso psicológico se vive en cada uno nosotros de manera muy diferente. Ahora bien, la visión general que suele tenerse del tema es que una pérdida es sinónimo de tristeza y que, por término medio, se tarda entre un año o año y medio en poder avanzar y dar por finalizado un duelo.

Estas ideas no son del todo correctas. Para empezar cuando se pierde a alguien se experimenta algo más que tristeza. Hay rabia, hay desconcierto y hasta angustia. Asimismo, la vivencia de un duelo se relaciona de manera directa con la personalidad de cada uno, con los recursos de los que tenga y también del apoyo social y personal del que disponga.

El duelo congelado o retardado aparece como mecanismo de defensa. La persona se niega a aceptar la realidad de lo sucedido, no puede afrontarla, se siente incapaz de lidiar con semejante sufrimiento. De ahí, que el cerebro opte por negar o simplemente, ‘congelar’ el sufrimiento dejándolo para otro instante.

Ahora bien, todo ese sobreesfuerzo psicológico y esa contención emocional tiene consecuencias:

• Es común padecer trastornos de ansiedad y estrés.

• La persona sufre hipersensibilidad. Cualquier imprevisto o evento fortuito se vive de manera sobredimensionada.

• Se puede derivar en trastornos alimentarios o en conductas de adicción.

• Hay a su vez una clara negativa a hablar o nombrar la pérdida de esa persona significativa.

• Aparecen síntomas psicosomáticos como problemas digestivos, alergias, cefaleas, dolores musculares, problemas de piel, caída del cabello.

• Surge una falta de visión o planificación de futuro. Uno deja de tener planes y objetivos vitales.

• Surgen también problemas a nivel relacional. Falta la alegría, la paciencia, las ganas de compartir, de disfrutar de instantes de ocio… Es más, en ocasiones hasta se deja de conectar con los demás de manera auténtica, falla la empatía porque el sufrimiento interno no aceptado opaca casi cualquier cosa.

La persona que convive con un duelo congelado debe saber que en algún momento toda esa carga emocional acabará emergiendo. En ocasiones, basta con un desencadenante repentino para que se mezclen un sinfín de sensaciones capaces de desbordarnos. Así, la muerte de una mascota, ver a alguien enfermo o incluso sufrir un pequeño percance, desencadena toda una avalancha de sentimientos que no saben bien cómo gestionar.

Para concluir, afrontar una pérdida es algo para lo que nadie está preparado. El duelo no es un proceso ni universal ni normativo, es dinámico, descarnado, complejo y hasta patológico en muchos casos. Ser capaces de pedir ayuda (y dejarnos ayudar) nos permitirá transitar por esta realidad de manera más ajustada y saludable.

*lamenteesmaravillosa

Adoro esos abrazos

Por El 21/04/2021

Adoro esos abrazos que recomponen mis partes rotas, esos que alejan la soledad y que me llenan de alegría. Porque cuando me abrazan con tanta fuerza que parece que quisieran romperme, en verdad me están arreglando. Porque hay abrazos que se crean de una conexión especial, de una sintonía que detiene el tiempo…

Hps 01 314No faltará nunca quien no aprecie un abrazo o quien diga que no sirven para nada, pero para todas las personas es totalmente necesario en un momento u otro de su vida. Hay muchos tipos de abrazos, tantos como personas, situaciones y relaciones, pero cada uno de ellos nos transmiten un mensaje.Muchas veces un abrazo es la mejor terapia, pues uno solo puede resultar suficiente para sentirnos renovados y seguir adelante. Los abrazos son la manera más corta de comunicarte con quien amas, pues se dice más que con las palabras.Fundir nuestros cuerpos en un abrazo nos llena de alegría, nos permite ser más pacientes y nos relaja. Además, sentirnos queridos y poder apreciar esa paz que nos transmite sentir el calor del otro fortalece nuestra autoestima.De hecho, los abrazos hacen que le pongamos mejor cara al dolor, que los demás comprendan cómo nos sentimos y una manera de mostrar nuestro amor y nuestro apoyo.

A veces un abrazo es meramente físico, fruto del contacto de dos cuerpos, ligero y rápido. Otras, por el contrario, los abrazos están cargados de emociones, las cuales son capaces de hacernos explosionar y sentir de manera indescriptible.Luego están los abrazos del alma, esos llenos de las intenciones más puras y amorosas… Con ellos somos conscientes de lo gratuita y accesible que es la paz, pues sentir al otro nos completa y nos permite dar sin mirar el amor que nos queda en la reserva.Un pequeño abrazo puede secar muchas lágrimas, una pequeña palabra llena de amor puede colmarnos de felicidad y una pequeña sonrisa puede cambia el mundo. Son esas pequeñas cosas que construyen nuestro mundo llenándolo de felicidad y de amor…Cuando estamos inmersos en uno de estos abrazos se para el tiempo y nuestras almas se sienten en armonía, creando una melodía que llena de ritmo nuestro corazón.

Es que abrazar la vida es lo mejor que podemos hacer por nuestro bienestar emocional y el de quienes nos rodean. Esto sucede siempre así porque los abrazos no necesitan de las palabras para decirlo todo, por eso no tiene sentido dejar que nos duela el alma, pues hay un abrazo para cada tristeza.¿Te has abrazado alguna vez? ¿Te has dado calor? ¿Has aliviado tus tristezas? ¿Te has felicitado por tus logros? La calidez de un abrazo íntimo y propio es indispensable para estar bien nutridos. De esta manera trabajamos el arte del amor propio, nos quitamos las corazas y nos alejamos del frío para acercarnos a la autenticidad.Abrazarnos significa que estamos abiertos a nosotros mismos, que somos capaces de vincularnos desde adentro y de conmovernos a nosotros mismos. Porque tocar nuestra alma mantiene unidos nuestro interior y nuestro exterior.Si te abrazas, te quieres. Si te quieres, te reconoces. Y, si te reconoces, te construyes. Porque recogernos entre los brazos libera nuestras emociones y nos permite acercarnos a lo bueno de la vida.Un abrazo es un poema escrito en la piel que nos protege del falso amor, de la dependencia, de la idealización y de todo aquello que nos debilita y empobrece, salvaguardando la valentía y la bondad que está dentro de nosotros.

*lamenteesmaravillosa.com